Para los pueblos precolombinos ni el tiempo es lineal ni el espacio es estático, ambos están vivos. Se recrean y regeneran constantemente, se crean y destruyen al igual que ciclo diario del sol y el ciclo anual de las estaciones: es la ley del ritmo universal que hace girar al cosmos sobre su centro inmóvil donde mora Ometéotl, Dios uno y dual.
En este punto central se concentra la energía descendente-ascendente entre los dos polos de un eje vertical, desdoblándose horizontalmente en parejas de opuestos-complementarios,( parejas de funciones que dan forma a la dialéctica del cosmos y sus armoniosas tensiones).
El centro está y es; inmutable; lugar de conciliación de los opuestos y de comunicación axial con otros mundos, tanto celestes como infernales.
Su expresión cuaternaria determina las cuatro direcciones del espacio, los cuatro elementos, las cuatro fases del tiempo.
Son los cuatro impulsos cardinales expandiéndose desde el lugar del centro; ese punto central que marca el eje vertical en el que se conjugan las energías del cielo y de la tierra.
En todas estas manifestaciones se destaca la relación entre centro, eje, corazón, espacio sagrado, iniciación, regeneración, nueva vida, realidad, frente a caos, indeterminación, reiteración, esclavitud, mundo profano.
El eje realiza la intermediación entre cielo y tierra. Cualquier verticalidad lo simboliza, especialmente el árbol, la montaña, la pirámide y por excelencia, el hombre.
Para las civilizaciones precolombinas, el mundo era un plano cuadrado limitado por el mar, el cual se fundía con el cielo en la línea del horizonte. Por debajo de este plano, sostenido por columnas, dioses o gigantes, se encuentra el inframundo, el mundo de los muertos.
Para los náhuatl nacer en la tierra es descender de la morada celeste original para vivir una existencia ilusoria, la cual culminará y encontrará su sentido con un ascenso a los cielos.
Para la mentalidad indígena todo está vivo y la vida entera es un rito continuo. No hay límite preciso entre el individuo y la naturaleza, ni entre lo natural y lo sobrenatural, debido a la interrelación de todas las cosas, también de dioses y hombres.
Los hombres no enfatizan su individualidad, más bien la universalidad de la que forman parte, participando en el devenir y en la trascendencia de un Gran Espíritu que se manifiesta en la naturaleza, que no es más que una imagen de lo sobrenatural.
Es frecuente la idea de que formamos parte de un animal gigantesco que abarca la totalidad de las cosas.
Referencias extractadas de:
"El Simbolismo Precolombino" de Federico Gonzalez
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