“El Cielo está en todas partes, en todo el mundo, y también en todo lo que está fuera del mundo, incluso en cualquier parte que esté o que pueda estar por mucho que imagines.
Lo ocupa todo. Está dentro de todo. Está fuera de todo. Lo abarca todo.
Sin división. Sin lugar. Operando por una manifestación divina, fluyendo más allá del universo pero sin moverse lo más mínimo fuera de sí.
Pues opera sólo en sí mismo y se revela siendo uno, indivisible en todo.
Aparece solamente a través de la manifestación de Dios y nunca sino en sí mismo, y en aquel ser que proviene de Él, o aquello en lo que Él está manifiesto, ahí está Dios manifiesto.
Porque el Cielo no es nada más que la manifestación o revelación del Uno eterno, en el que toda la operación y la voluntad está en un amor sosegado.
De la misma forma también el Infierno está en todas partes de todo el mundo, y no mora y trabaja sino en sí mismo, y en aquello en lo que el fundamento del Infierno está manifiesto, a saber, en el propio hacer de uno, y en la falsa voluntad.
El mundo visible tiene a los dos en sí, y no hay lugar en el que el Cielo y el Infierno no puedan ser encontrados o en los que sean revelados”
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Jacob Böehme, Tratado sobre el Cielo y el Infierno. Editorial Indigo, 1º ed., 2003.
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