El libro Maya de los Cantares de Dzitbalché descubierto en 1942 en el pueblo de Dzitbalché, Estado de Campeche, es un conjunto de cantos mayas yucatecos (consta de 15 cantos y una portada) y es tal vez uno de los textos menos estudiados por los investigadores de la literatura precolombina
Trata de los rituales del amor y de la muerte, de la íntima relación del ser con la naturaleza, y expresa la visión cosmogónica de la época. Parece haber sido compuesto en 1440 ya que la alusión en la portada a la escritura del libro en ese año es una referencia concreta a su antigüedad, pero sobre todo los contextos y prácticas rituales que se desarrollan en los cantos establecen un nexo cultural evidente con la cultura maya precortesiana
Los cantares de Dzitbalché está compuesto, como dijimos, por 15 cantos y una portada, en la que se menciona que se trata del "... Libro de las Danzas de los hombres antiguos que era costumbre hacer
aquí en los pueblos (de Yucatán) cuando no llegaban los blancos"
El libro, a cuyos cantos podríamos definir como la memoria poética de ceremonias colectivas relacionadas con el amor, la iniciación sexual, el amanecer, la orfandad, la invocación a los dioses, la historia de los antepasados, el sacrificio humano, etc.es de origen anónimo, y está compuesto por recopilaciones de diversas prácticas rituales y ceremonias de los antiguos mayas de Yucatán.
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El siguiente canto trata del "sacrificio ritual por flechamiento", un ritual de canto y baile donde se asaetaba el corazón del prisionero, sujeto a una columna en el centro de los danzantes
Canción de la danza del arquero flechador de los Cantares de Dzitbalché:
Espiador, espiador de los árboles,
a uno, a dos
vamos a cazar a orillas de la arboleda,
en danza ligera hasta tres.
Bien alza la frente,
bien avizora el ojo;
no hagas yerro
para coger el premio.
Bien aguzado has la punta de tu flecha,
bien enastada has la cuerda de tu arco;
puesta tienes buena resina de catsim en las plumas
del extremo de la vara de tu flecha.
Bien untado has
grasa de ciervo macho
en tus bíceps, en tus muslos,
en tus rodillas, en tus gemelos,
en tus costillas, en tu pecho.
Da tres ligeras vueltas
alrededor de la columna pétrea pintada,
aquella donde atado está aquel viril
muchacho, impoluto, virgen, hombre.
Da la primera; a la segunda
coge tu arco, ponle su dardo.
Apúntale al pecho; no es necesario
que pongas toda tu fuerza para
asaetarlo, para no
herirlo hasta lo hondo de sus carnes
y así pueda sufrir
poco a poco, que así lo quiso
el Bello Señor Dios.
A la segunda vuelta que des a esa
columna pétrea azul, segunda vuelta
que dieres, fléchalo otra vez.
Eso habrás de hacerlo sin
dejar de danzar, porque
así lo hacen los buenos
escuderos peleadores hombres que
se escogen para dar gusto
a los ojos del Señor Dios.
Así como asoma el sol
por sobre el bosque de oriente,
comienza, del flechador arquero,
el canto. Aquellos escuderos
peleadores, lo ponen todo.
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